
¡Encended las antorchas! ¡Todos a correr! ¡Somos libreeeees! Las tapas de las alcantarillas de la calle Rosselló de Barcelona empezaron a levantarse impulsadas por brazos. Los conductores se vieron obligados a frenar para esquivar aquel insólito espectáculo de gente saliendo del subsuelo. Toda la zona cercana a la estación de Sants se vio sacudida por un alud de presos corriendo. En el interior de la Cárcel Modelo, más de seiscientos reclusos esperaban su turno para salir por aquella ratonera, pero al final sólo lo consiguieron 45. Era el 2 de junio de 1978. El mismo día que enterraban a Santiago Bernabeu .
Hoy en día, la mayoría han muerto víctima de la droga o el sida. En la prensa del día siguiente se mencionaba el golpe dado a las instituciones penitenciarias, El País, ABC o La Vanguardia publicaban un discreto artículo en portada, pero en un apartado de algunos medios se intentaba mitigar la fuga: «Ninguno de los miembros dels Joglars se ha evadido «.
La mayor fuga en España
Juan Diego Redondo ya ha muerto. Pero no sé si decir que estoy contento de haber hablado con él. En el mundo de la delincuencia era conocido como «Dieguito el malo». Fue el más grande «fuguista» de toda España, desde los seis años -explicaba-, y siempre dijo que él salía de prisión cuando quería. De hecho, estuvo treinta años en la cárcel y protagonizó treinta fugas. Él fue quien ingenió la evasión más grande de todos los tiempos en nuestro país a través de un túnel de 18 metros bajo la cárcel Modelo de Barcelona. Quince días de trabajos intensos que no fueron advertidos por los funcionarios, ni por la policía. El túnel tenía ventiladores, ¡música!, luz eléctrica y estaba apuntalado. Una obra de ingeniería que se mantuvo bajo un secreto abrumador, gracias a que se construyó bajo el hueco de un ascensor inutilizado en la enfermería de la cárcel Modelo. Esta macrofuga contó con una organización perfecta. Un equipo de información, otro para buscar herramientas, los que cavaban, los que preparaban la ropa limpia a los trabajadores, los vigilantes y hasta cinco cabecillas que llevaban a cabo juicios a quien «se había ido de la lengua» o ponían en peligro el plan. Diego fue ametrallado días después de la fuga por la Guardia Civil en Castelldefels (Barcelona) y estuvo clínicamente muerto. Fue indultado en 1994 por este hecho.
La entrevista a «Dieguito»
Cuatro de la tarde, hace siete horas que espero, desde las nueve y media de la mañana. Hace un calor infernal en Can Brians, prisión cercana a Martorell, en Barcelona. La larga espera me hace pensar que algo no debe ir bien. Ese día no soy periodista, soy simplemente «el Moisés», un amigo (ficticio) del Diego. Estoy empapado de sudor, rodeado de niños que lloran, gruesas puertas y esposas con caras de circunstancias. Las puertas de hierro y cristal se abren mecánicamente. Estoy nervioso. Una monja me ha ayudado a entrevistar Juan Diego Redondo. Hemos simulado que soy amigo del recluso, pero nunca lo vi.
Por fin me llevan a una especie de cabina con un cristal. He tenido que dejarlo todo en una taquilla, no llevo ni bolígrafo, ni libreta, no me dejan. Debo memorizar la entrevista. Al minuto aparece detrás del vidrio un hombre sonriente, inquieto, nervioso y extrañado que un periodista haya conseguido llegar hasta él. Está lleno de cicatrices. Se levanta la camisa y es un auténtico colador. Al ver su vientre, se detectan más de siete ombligos. Son disparos. Le acompañan tatuajes y pelo largo que le da un extraño aspecto, como de película de indios americanos. Es Juan Diego Redondo Puerta, el hombre que llegó a dar órdenes a la práctica totalidad de los presos de España y fue el ejecutor de la fuga más espectacular que se conoce. Dice: «Fui el número 1» y añade una frase que no entiendo: «mando sobre mando». Debe gritar para que lo oiga. «Me queda poco más de un año para salir, ahora no voy a escaparme, pero, si me quedaran diez años, lo haría. Lo conseguiría, sin dudarlo un instante».
Es un hombre amigable, pero da miedo. Asegura que puede salir de una cárcel cuando él quiera. Mi cara de escepticismo, injustificada ya que sí que es verdad que ha protagonizado decenas de fugas, le hace arrancar: «Ya se lo he dicho a un responsable de la cárcel: si hubiera querido fugarme ya lo hubiera hecho». Ha sonado el timbre. Se acabó mi tiempo. Aparece un funcionario que le dice que basta. Vuelvo a la libertad, pero tardaré días a olvidar la sensación de haber sido un día en la cárcel. Dieguito murió después de que lo visitara en la cárcel. Lo último que leí de él era en ABC: Escribe un libro, sale en la tele, se fuga de la cárcel y atraca un supermercado.
(Continuará en una segunda entrega)