Hace unos días leí un artículo de Plataforma Arquitectura titulado “Urbanismo inclusivo: empoderando a niños y niñas en nuestras ciudades” que me hizo reír. Pensé que, en general, nuestros hijos están suficientemente empoderados en casa como para que también se empoderen en la calle. Hablo, por supuesto, de niños pequeños. A pesar de esto, el título del artículo me sirve para explicar que los niños «tomen la calle» significa que estas han de ser necesariamente seguras.
¿Qué factores contribuyen a que una calle sea segura?
– Que no haya sensación de abandono.
En línea con la teoría de “las ventanas rotas” que mencionaba en el artículo anterior: Las fachadas de las viviendas han de estar en buen estado, cuidadas, y sus porterías también. Y es que si un portal permanece abierto una noche y da sensación de abandono, por estar sucio, o porque la puerta está rota, fácilmente entrará alguien y seguramente no traerá buenas intenciones. Es importante entender que hay que cuidar los edificios, porque están sujetos al uso -incluso al mal uso- a la meteorología y las acciones que se lleven a cabo a su alrededor. También hay que entender que es necesario mantener al día las instalaciones de los edificios, sobre todo los antiguos, para evitar accidentes que puedan producir desgracias. En relación a las calles que rodean estos edificios, deben estar cuidadas, las aceras sin socavones, limpias etc…
– La calle y sus aceras.
Las calles con arbolado son, en general, más bonitas, y ello, sin duda, aumenta las ganas de pasear y fomenta de alguna manera la relación entre sus habitantes. Esta actividad que se produce en las calles, es la mejor arma en relación a su seguridad. Por ejemplo, una buena dimensión de la acera es importante, porque, entre otras cosas, facilita pararse y mantener una conversación con tu vecino sin temor a que te atropelle el coche que pasa mientras tanto a su lado. La confianza a una calle se va forjando en estos pequeños actos diarios: hablar con un vecino, tomar un café, saludar a un conocido, llevar al parque a nuestros hijos, etc…
Las calzadas conforman las calles, junto a las aceras y sus edificios. En este punto creo importante decir que la presencia del tráfico no debería ser invasiva.
– Que haya actividad en las plantas bajas.
Y mejor si se combinan diferentes tipos de actividades, comercial, cultural, de ocio etc…- ya que cubren más horario y flujo de personas. Y es que no hay nada más triste que una zona comercial o de oficinas en domingo. Personalmente me produce una sensación de desasosiego. En relación a este tema, cabe destacar que la zonificación de las ciudades no ayuda, y tampoco traduce correctamente la realidad compleja que las nutre.
– Sus habitantes.
Hace un tiempo oí gritos en mi calle. Rápidamente me asomé a la ventana y presencié como un hombre sacaba de los pelos a una mujer de un coche. Ella lloraba y gritaba, pero, sorprendentemente, volvió al vehículo, que arrancó velozmente. Tuve tiempo de apuntar la matrícula y llamar a los Mossos d’Esquadra, por cierto, muy nerviosa, . No fue un acto heroico por mi parte, todos en nuestras casas somos fieles guardianes de nuestra calle.
– Una clara delimitación entre espacio privado y espacio público.
Soluciones del tipo pasarelas semi-públicas de acceso a viviendas o callejones no ayudan, ya que no queda claro donde acaba el espacio público y empieza el privado. Ello puede provocar algún susto por encontrarte un extraño en la puerta de casa.
Evidentemente es la suma de todos los factores que he descrito, y otros tantos, los que conforman una calle como espacio seguro desde el punto de vista de la arquitectura y el urbanismo. En todo caso se trataría de entender que la calle es un espacio vivo donde se producen múltiples relaciones de muy diversa índole, y donde todas ellas han de tener cabida. Que, como habitantes de la ciudad, hay calles que, por su aspecto y actividades, nos proporcionan confianza al caminar por ellas y otras que no.
Jane Jacob en “Vida y muerte de las grandes ciudades”, libro que he releído recientemente, dedica un capítulo entero a este tema. Es muy interesante la lectura del libro, porque nace de la observación, no de grandes teorías urbanísticas y aporta una buena dosis de sentido común.
Por otro lado, todo lo dicho es aplicable al centro de la ciudad, sus barrios históricos y sus ensanches. En la periferia es más complicado hablar de calles tradicionales conformadas por edificios que las miran. Me refiero a las intervenciones con bloques y manzanas abiertas donde se da el problema de la definición clara del espacio privado y el espacio público. Y es donde las plantas bajas están vacías de actividad, sustituidas por pilares y espacios abiertos donde no pasa nada.
En los barrios de levante, con tipología de ciudad-jardín, también es difícil hablar en estos términos. En sus calles suele haber poca gente paseando y muchos coches aparcados. Allí habitualmente suelen oírse casos de robos y no parece resultarles difícil.
En relación a sistemas disuasorios, como las cámaras de seguridad, me ofrecen menos confianza que el vecino que ya tiene visto al carterista que roba a los extranjeros despistados y puede prevenirlos. Tampoco es de mi agrado la invasión que ejercen de nuestra privacidad en la calle, salvo en casos excepcionales porque pueden ayudar, a toro pasado, a descubrir hechos que hayan pasado inadvertidos.
En relación a la iluminación, es importante que haya un nivel que permita una seguridad en el uso de la calle, es decir, que veas por donde vas, si hay un escalón o un árbol delante de ti. Específicamente en el caso de plantas bajas abiertas, cómo los cajeros automáticos, sí puede cumplir una función disuasoria.
Como dice David Harvey en su libro “Ciudades rebeldes: Del derecho de la ciudad a la revolución urbana”, la ciudad que queremos no puede separarse del tipo de personas que queremos ser, el tipo de relaciones sociales que pretendemos, las relaciones con la naturaleza que apreciamos, el estilo de vida que deseamos y los valores estéticos que respetamos.
Cristina Sáez de Juan, Arquitecta